En el centro comercial

– ¿Pero qué se ha creído, mamarracho? ¿Que puede manosear a la gente decente nomás porque sí?

Quien esto dice es Miroslava Lazcano. Tiene en su haber 1685 acostones según sus estadísticas confiadas a la computadora con todo lujo de detalles. Ha tenido 124 amantes desde que era quinceañera hasta la fecha, 40 fallecidos, 40 impotentes, veinte abandonados en plena bancarrota, Doce enfermos de diversos males y doce todavía activos. En el momento del incidente ella, inclinada sobre un aparador, admiraba un broche de brillantes que pediría a alguno de ellos.

– ¡Discúlpeme, señora, fue sin querer! Verá usted, ese niño me empujó y yo para no caer pues…

Él se llama Camilo Peñalosa, de oficio cartero. Honrado como habemos pocos, y padre de familia ejemplar como quien esto escribe. Tiene tres hijos y batalla para mantenerlos. El que esto escribe tiene cuatro y también batalla.

–¡¿Cree que una sale a la calle nomás para que la manoseé un mano larga como usted?!

Miroslava ha leído 120 libros que la gente decente tacha de inmorales. Ha visto 178 películas pornográficas, y vuelve a mirar las que más le divierten, en especial las de Xaviera Hollander, así como la filmografía alemana y sueca.

– ¡Exijo que venga la policía! ¡Quiero presentar una denuncia!

Conviene agregar que invitó a diez de sus amigas a compartir sus confidencias cada fin de semana. ¡Lo que se reirán cuando les cuente este incidente!

–¡A ver cómo te zafas de esto! –Un guardia de seguridad tiene sujeto a don Camilo.

 

Se llama Antonio Moreno; tres años de primaria, cinco encarcelado por cristalero, y supuestamente regenerado. Lleva diecinueve meses de servicio. Golpea a sus hijos cuando le piden ayuda para hacer sus tareas y tiene un amante no una amante sino un amante).

 

-¡ La señora va a presentar cargos! -mira a su compañero- Pide una granadera para que se lleve este vicioso.

–Seguramente es un drogadicto.

Quien esto asegura se llama Ladislao Pérez; sexto año de primaria. Juró no trabajar nunca y este empleo es lo que más se le parece. Drogadicto convicto y traficante. Salió la Navidad pasada, indultado entre otros por la primera dama del Estado.

–O algún ladrón.

Esto lo dice un mirón llamado Pedro Alcántara, homosexual de clóset. Preparatoria no terminada. Vive de batear a sus hermanos, aparte de las “buscas” a la alacena de su madre, quien lava y plancha para completar el gasto. Por las tardes, este sujeto visita la panadería de su primo  y se atraca cuanto puede, ante el enojo del pariente.

–Tiene cara de carterista.

-Más bien de degenerado.

Estas expresiones corresponden a dos señoritas ya quedadas que buscan sin éxito quién las pueda consolar  todas las noches.

¡Pas! ¡Pas!

–Hace bien en cachetearlo, señora, nomás para que sepa con quién se mete –dice el excristalero.

Los mirones aplauden.

–Ya llegó la granadera. Sírvase seguirla en su auto a la delegación de policía para que consigne la denuncia –señala el exdrogadicto.

–El hecho existe, ustedes pueden atestiguarlo –obsequia unos billetes a los guardias–. Vayan ustedes en mi nombre. Yo me retiro a una cita muy importante (tomar café con sus amigas).

 

Camilo es presentado con la cara destrozada.

–Anótele ahí que quiso escapar y cayó de la camioneta, después de insultar a la autoridad.

Él sería incapaz de hacer algo como eso. Es ministro en la iglesia de su colonia y miembro activo de los grupos religiosos.

Ya sabemos que el infierno terrenal se llama prensa de la tarde.

–¡Extra! ¡Extra! ¡Un degenerado detenido en un centro comercial!

Una cosa pequeña la hacen lucir grande.

–¡Viola a una mujer en las escaleras automáticas!

Inventan y reinventan la historia.

–¡No contento con robarlas, las viola!

Hacen famoso a un pobre diablo.

–¡Nadie se atreve a denunciarlo, pero existen pruebas!

Y evitan mencionar a los culpables.

–¡Los guardias que lo detuvieron a costa de sus vidas son premiados por los dueños de las tiendas!

La sociedad, ciega, condena al acusado y gratifica a quien no se lo merece.

–¡El cínico se dice inocente!

La infamia se escribe a ocho columnas.

–¡Aparte de violar mujeres, también violaba la correspondencia!

  

Camilo fue despedido de su trabajo y expulsado de la iglesia donde ayudaba con la misa. Sus amigos evitan encontrarlo en su camino. Miroslava y sus amigas, después de disfrutar la tarde, convinieron en que ella hizo lo correcto al denunciar a ese mano larga. Ella sigue con lo suyo y ahora luce un broche de brillantes que uno de los doce  recién le regaló.

 

Juan Manuel Carreño

 

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