A ver en qué fecha estamos…

A ver, supongamos que vives en una ciudad llamada Monterrey, que miras a tu alrededor y los edificios se convierten en enormes lapidas y ves tu imagen en un espejo interminable en cada calle penetrando en tu interior sin que por ello puedas escapar de él, como una huella imborrable, y te encierras en una habitación y apilas imágenes insufribles en la puerta y sellas las ventanas con un pasado, cosa que nadie se atreva adentrar en ese último rincón del vértigo construido sólo para ti. Que deambulas en un continente en donde te has vuelto un extraño, y te sientes parte de todo y de nada, observando que lo único que te ha acompañado en ese viaje al pasado son los escasos libros amontonados en un pequeño estante, más parecido a un mosaico con la imagen de tu persona que a una biblioteca personal. Supongamos te atreves a viajar de un sitio a otro, como un prisionero político de tu propia cerda, o buscando un no se qué, que no hayas nunca en ningún lado, pues siempre estuvo ahí, esperándote y no te das cuenta y decides que tu vida sea una maleta, o ser tú la maleta sin ropa, sin porvenir, llena de silencios, y aun así te empeñas en llevarla a ninguna parte, como suele ocurrir cuando viajas a todas partes, sin importar a donde te lleve. Entonces te repites a cada momento, todos mueren en una año llamado 1984, y ves a Truman Capote, con la valentía de suicidarse en ese año, mientras te tiembla la mano descubres que Julio Cortazar ha muerto en el mismo año e indiscutiblemente tu vas a morir en un año llamado de la misma forma, aunque sepas que vives en una fecha llamada 2001 o 2002 o 2003, nada tiene importancia, repites, todos fabricamos un año llamado 1984 para morir en él, y tú no serás el último ni el primero en hacerlo. Cierras los ojos, y de repente te encuentras en otro país, caminando en calles desiertas, atestadas de gente dispuestas a no existir y ruegas que existan a la vez. Pero no, niño, acabas de llegar a tu año 1984 y comprendes porque un escritor escribió una novela con el mismo nombre, sin tener claro si en realidad era el año en que su personaje se encontraba, pero puedes estar seguro que tu camino se ha convertido en eso mismo, un año que nunca sabes si estás o no estás en él, y con un aroma de muerte arrastrándose por todos los caminos que pisas, y cierras los ojos, y ves de nuevo una Venezuela vieja y olvidada que se atreve a hablarte con un tono sereno, dices, como la voz del poeta, y atreves a circular por calles que nunca pisas en realidad, tomas el bus, dices, a Guarenas, alguien te pregunta que es eso, tratas de explicar que es una ciudad a cuarenta y cinco minutos al este de Caracas a donde solías vivir, a donde vives todavía, bueno, la familia, donde abundan los Samanes, un tanto gris, pero pequeña, donde se encuentra los últimos reductos de tu infancia, de nada vale, el chofer no te ha entendido, no importa, sólo siga, esa es la dirección y, sin querer llegas al sitio que buscabas, caminas las siete cuadras necesaria para visitar a tu viejo hogar, darle un abrazo a tu familia, mostrarle todas tus huellas, decirles que Santiago de Chile fue un sitio donde no te esperó la aventura, sino un rostro parecido al mío, pero más avejentado, y mírame ahora, no soy un niño, aquí estoy, y no te reconocen, entonces cierras los ojos de nuevo, pero esta vez te atreves a abrirlos con mayor impulso y te ves turbado en una cama en pleno centro de la ciudad de Monterrey con un calor sofocante al frente del Cerro de la Silla, y descubres que no eres un sueño, sino ves circular muchos años en pequeños minutos. Entonces te entera, como si no lo hubieses sabido que tu nombre es Eridick, que vives desde hace dos años en esta ciudad, y atrás quedó La Paz, Mendoza, Guatemala, Santiago o Guarenas.

Nervinson Machado

 

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